Mamera

Mamera
Casa de campo Antonio Guzmán Blanco

martes, 24 de febrero de 2015

Historias del barrio: Monstruo de Mamera

Mamera es en cierta forma un sitio singular, es uno de los pocos barrios caraqueños cuyas casas se alinean en cuadrícula sobre una explanada, muchos de sus habitantes provienen del occidental sector de Gramoven, desde el que llegaron a finales de los 70 al quedar damnificados.
Cuando caminas por sus veredas la gente te mira curiosa, comenta por lo bajo y luego sigue en lo suyo. Los fines de semana las voces de Celia Cruz y Daddy Yankee se mezclan con los saludos amistosos entre vecinos. En alguna esquina los muchachos driblan un balón y en otra los sempiternos rumberos preparan la juerga. Como en cualquier vecindario del mundo ocurren historias, la mayoría de ellas no pasan del ámbito domestico, otras como ésta trascienden con toda su tragedia a las rotativas y pantallas de televisión.
El tema que abordamos hoy pasó a la historia como “El triple crimen de Mamera”.  Es un caso lleno de misterios, con más preguntas que repuestas y en el que se pone en evidencia la descomposición de una sociedad en la que no parecía existir mayor diferencia entre policías y delincuentes. Un hecho espantoso que, de no ser por la tenacidad de una madre, seguramente hubiese quedado impune por omisión, complicidad y apatía.
La noche del viernes 11 de enero de 1980, Rosa Elena Pinto, a quien apodaban “La Chena” fue como de costumbre al barrio San Pablito a buscar a sus amigos Douglas y Efraín para ir a estudiar. Los tres asistían a clases nocturnas en la escuela Cuatricentenaria de Caricuao; Chena con 17 años, cursaba el primer grado de educación básica; Douglas con 16 estaba en el sexto grado; Efraín de 17 y el más tímido y retraído de todos, estudiaba 4to grado. Los muchachos en el día trabajaban como avances en una fábrica de harina y con lo poco que ganaban contribuían al ingreso familiar.
Lo de ir a la escuela era más bien una excusa, pues desde hacía tiempo habían dejado de asistir, preferían quedarse por allí cerca para tomarse algunos tragos y conversar. Los viernes se iban en grupos más grandes a pasarla bien en la discoteca Roca Negra, donde los administradores se hacían de la vista gorda con los menores de edad. Ese era el plan para ese día, así que Chena se fue con los chicos hasta la segunda vereda del vecino barrio de Mamera, donde vivía con su madre para ir a buscar a su hermana y de esa forma completar las parejas para el baile. Mientras Chena entraba a la casa, Douglas y Efraín se quedaron afuera a esperar sentados encima de un auto abandonado pues al parecer no eran bien vistos por los familiares de la chica.
Pasado un buen rato, Moraima, la hermana de Chena salió para avisarles que no podían ir a la discoteca porque ésta se sentía mal; sin embargo, ya los jóvenes no estaban, la calle estaba desierta. Moraima los buscó por los alrededores y al no encontrarlos se metió a la vivienda. Aquella noche los padres de Douglas y Efraín se quedaron esperando por ellos, ninguno regresó a la casa.
Argenis Rafael Ledezma “El Monstruo de Mamera”
La recluta arrancó a Argenis Rafael Ledezma de su pueblo natal un día de 1967; ese año fue llevado al Centro de Adiestramiento de Conscriptos del estado Táchira y los dos siguientes prestó servicio militar en Teatros de Operaciones antiguerrilla: el TO 5 de Yumare y el TO 3 de Cocollar en el estado Sucre, su servicio concluyó con el grado de cabo segundo el 10 de julio de 1969 en el batallón Páez de San Juan de los Morros, estado Guarico.
De vuelta a la vida civil tenía que buscar la manera de subsistir. En el cuartel alguien le había comentado que el gobierno tenía la intención de crear una policía metropolitana para la ciudad de Caracas, así que se fue hasta el centro de instrucción ubicado en El Junquito donde ingresó el primero de agosto de 1969. Cuando en diciembre de ese año fue oficialmente creada la Policía Metropolitana del Distrito Federal y estado Miranda,  Argenis Rafael Ledezma era uno de sus primeros efectivos. Le fue asignada la placa 183 y lo destacaron a la zona 3 en Caricuao.
Rosa Elena Pinto “La Chena”
Allí estaba en 1974 cuando conoció a la Chena, al verla se sintió atraído por ella, aunque era una situación ciertamente irregular pues ella solo tenía 11 años y él era el novio de su madre. Sin embargo, al policía no pareció incomodarle mucho este par de “detalles” porque dos años después dejaba a la mamá de Rosa Elena Pinto para casarse con ella.  La pareja se trasladó a un rancho que Ledezma había comprado por 5.500 bolívares en el barrio San Pablito y allí comenzaron una espinosa vida marital.
Chena le dio a Ledezma dos hijos en rápida sucesión, ella se quedaba en casa mientras él trabajaba, la relación tenía sus altibajos pues ella era prácticamente una niña y él debía ausentarse con frecuencia para cumplir los exigentes turnos del trabajo policial. En una ocasión Argenis Ledezma propuso a su esposa que estudiara, al parecer la chica jamás había ido a la escuela; así que comenzó sus estudios formales en el primer grado de educación básica. Al poco tiempo empezó una nueva vida para la chica y un dolor de cabeza para el policía: un grupo de muchachos del barrio asistía a la misma escuela nocturna que su joven esposa, como es natural nació una relación de amistad que se fue estrechando con los días. Siendo todos de la misma edad tenían los mismos gustos e intereses, así que de pronto Chena sintió que su puesto no estaba con aquel odioso policía sino con sus nuevos amigos. En el barrio comenzaron a comentar con malicia: “por allí anda la mujer del policía, tomando anís y bailando con unos tipos”. Los rumores llegaron a oídos de Ledezma quien le reclamó a su mujer una y otra vez pero la muchacha seguía en lo que le gustaba: salir de rumba cuando Ledezma se ausentaba. En una ocasión éste se quejó con una comadre que vivía cerca diciéndole “Ya estoy cansado de andar haciendo de padre y madre y de la falta de respeto”.
Martín Enrique Mijares “la manzana de la discordia”
En noviembre de 1979 tras varios atajaperros la Chena decidió abandonar a su esposo. En un gesto exento de dramatismo cogió sus cosas y se devolvió a la casa de su madre en Mamera. Por esa época ya conocía a Martín Enrique Mijares, un mozalbete de 14 años, estudiante del primer año de bachillerato y amigo de los amigos de Chena. La chica se sintió atraída de inmediato; Martín era pequeño pero fornido; sus amigos lo apreciaban por su contagiante alegría de vivir; el muchacho asistía a las fiestas del grupo y mientras Douglas se hacía novio de Moraima, la hermana de Chena, él se hacía novio de ésta. Muy pronto en aquella sopa de hormonas con etanol pasó lo que tenía que pasar. Martín que antes de Chena no había tenido mujer enloqueció, no veía la hora de estar con ella y a pesar de las advertencias se paseaba con la chica por el barrio sin importarle mucho que los vieran.
Más de un alma prudente le dijo que tuviera cuidado pues la Chena, aunque separada, seguía casada con el policía; pero el muchacho no atendía a razones. Por el contrario, junto al grupo se dedicó a ridiculizar impunemente al distinguido Ledezma, apenas lo veían asomar la cabeza por el barrio comenzaba una andanada de indirectas acompañadas de fuertes risotadas. El policía en aparente calma les pasaba por un lado y les dedicaba una mirada zorruna.
argenis rafael ledezma
El sábado 12 de enero de 1980 los vecinos de San Pablito comentaban la misteriosa desaparición de Efraín Irausquín Rodríguez y Douglas Nieves, no habían dormido en casa y nadie parecía haberlos visto desde que salieron con Chena a buscar a Moraima en Mamera, en la tarde cuando Martín se enteró llegó a la segunda vereda y preguntó a su novia por los muchachos, ésta le contó lo que pasó la noche anterior y le dijo que tampoco tenía información. Ante aquello y según relató meses más tarde la Chena, Martín se mostró bastante nervioso y le afirmó que tal vez algo malo le había pasado a sus amigos.
El domingo 13 no se sabía nada y la Chena decidió mudarse a casa de Douglas alegando que deseaba colaborar en la búsqueda de los muchachos, en aquel momento realmente no había mayor angustia en ninguna de las dos familias pues pensaban que los chicos podían estar reclutados (para la época, en Venezuela el servicio militar era obligatorio y el primer mes de cada trimestre se organizaban verdaderas partidas de caza con recompensa incluida para prender a los jóvenes en edad militar), pese a que ninguno de ellos era mayor de 18 años, era posible que se los hubiesen llevado por su aspecto físico. Se hizo la diligencia en los centros de alistamiento y no estaban, se fueron a los retenes policiales, hospitales y la morgue y nada. No aparecían.
El mismo domingo en la noche el distinguido Ledezma se presentó en casa de la familia Nieves y ofreció ayudar, pidió fotografías y datos de los muchachos para comenzar a investigar su posible paradero; luego de conversar con los padres de Douglas y Efraín aprovechó para intentar un acercamiento con Chena, le pidió que volviera con él pero ella se negó.  Con la excusa de estar buscando a los jóvenes, Ledezma visitó la casa por tres días seguidos, hablaba unos minutos con los familiares y luego se ponía a hablar con su esposa, primero le pidió, luego le rogó y por último le exigió regresar, lo que comenzó como un acercamiento terminó en agrias discusiones y en algún momento llegó a golpearla frente a los dueños de casa, por lo que estos para no tener que seguir soportando aquello le pidieron a Chena que regresara a casa de su madre.
Desaparece Martín
Durante aquellos días, Martín quien parecía sospechar algo, extremó los cuidados para verse con Chena, ahora esperaba que el barrio estuviera dormido subía a la azotea de su casa, se deslizaba luego por un poste del alumbrado público e iba al encuentro de su amante. Su hermano recordaría después que por aquellas fechas Martín se veía normal, quizás un poco retraído y triste por la desaparición de sus amigos pero no por ello dejó de hacer las cosas que siempre hacía, en la mañana se iba al liceo y al regresar por la tarde preguntaba invariablemente por Efraín y Douglas.
El jueves 17 de enero, día en que iba a morir, Martín salió bien temprano de su casa, antes le pidió a su hermano que le prestara una correa, éste se la dio y el chico llegó a tiempo para sus clases, estuvo en el aula de 7 a 9 de la mañana y luego se fue a la biblioteca de la escuela para trabajar en una investigación, allí estuvo hasta las 12 del mediodía, hora en que se despidió de sus compañeros  para volver a casa; solo que nunca llegó. Desde ese día y hasta hoy no se sabe donde pueda estar.
Al ver que su hijo menor no regresaba, la señora Carmen Amada, mujer de armas tomar, decidió averiguar de inmediato que había pasado, estando al tanto de la extraña desaparición de los amigos de Martín fue hasta la casa de sus padres para ver que sabían ellos y ponerse al corriente de las diligencias practicadas. Se sorprendió al ver que realmente no habían hecho mayor cosa, los muchachos ya tenían días sin aparecer y sus familiares no habían formalizado la denuncia en la Policía Técnica Judicial (PTJ), hasta ahora se habían conformado con una búsqueda superficial quizás confiados en las supuestas diligencias que hacía el distinguido Ledezma.
Carmen optó entonces por revelar sus sospechas: Aquellas desapariciones resultaban muy extrañas pues si bien los chicos no eran un modelo de disciplina tampoco tenían graves problemas de conducta, se sabía ya que no estaban reclutados y en su caso era muy difícil un secuestro pues al ser pobres de solemnidad aquello no tendría ningún sentido. El único posible responsable que la madre de Martín veía en todo aquello era el distinguido Argenis Ledezma, pues era la única persona con un móvil: los celos. En el barrio era bien conocido el papelón que Chena hizo pasar a su esposo, el hombre era objeto de continuas burlas por parte de los vecinos y sobre todo de los muchachos; se sabía además que Martín y Chena eran amantes y se conocía la naturaleza violenta del policía. No podía ser nadie más, algo les había hecho Ledezma a sus hijos, era necesario averiguarlo.
Con aquella idea en la cabeza las tres madres se fueron hasta el Buró de Personas Desaparecidas de la Policía Técnica Judicial para poner la denuncia, el Comisario Eliécer José Pulido, jefe de aquella división las escuchó con atención, tomó nota de cada detalle y recibió las fotografías de los tres desaparecidos.
- Lo primero que hay que hacer – les dijo a las angustiadas señoras- es agotar las posibilidades de búsqueda así que de inmediato me pongo en ello con mis muchachos.
En los días siguientes, los detectives peinaron hospitales, cárceles, retenes, albergues, centros de reclutamiento militar y morgues. En ninguno de esos sitios consiguieron noticias. La señora Carmen insistía en acusar al policía metropolitano, pero en la PTJ quizás a falta de pruebas concretas no le hacían mucho caso. Llegó el segundo mes del año y la cosa parecía empastelada así que la mujer movió su siguiente pieza en el tablero: denunció las desapariciones en la prensa. El dos de febrero la opinión pública nacional tuvo las primeras noticias del tema, un medio tituló: “Tres crímenes sin cadáveres investiga la PTJ en caso de los jóvenes desaparecidos” y en un extraño silogismo comparó aquel hecho con el drama de Shakespeare “Romeo y Julieta”.
El año mediático de Argenis Ledezma
Argenis Ledezma fue citado a declarar; los detectives lo pusieron al tanto de las acusaciones hechas contra él por las madres de los desaparecidos. Las negó tajantemente y con indignación señaló que él mismo se había ofrecido para investigar las desapariciones, dijo que de los tres muchachos conocía a Douglas y a Martín porque eran vecinos y amigos de su esposa, al otro no lo conocía.
– En una ocasión incluso los invité a tomarse unas cervezas en mi casa porque sabía que eran muy amigos de Chena – declaró en PTJ – Lo que pasa es que la señora Carmen me la tiene jurada por un problema que tuve con uno de sus hijos hace algún tiempo.
Los funcionarios de la PTJ no picaron ese anzuelo, antes de Ledezma ya habían tomado declaración a un nutrido grupo de testigos procedentes de San Pablito y Mamera. Varios afirmaron que un día antes de la desaparición de Martín, Ledezma propinó una golpiza a su esposa y que en varias ocasiones el distinguido amenazó públicamente al muchacho. Los vecinos afirmaron que entre el policía y los muchachos había roces por la relación amistosa de éstos con su esposa y dos de los declarantes soltaron un dato significativo: la noche en que Douglas y Efraín desaparecieron, ellos vieron que los subían a un jeep de la Policía Metropolitana. El sábado 2 de febrero Ledezma fue retenido en el comando central de la Policía Metropolitana.
Un diario tituló al día siguiente: “Policía ejecutó y enterró a los tres jóvenes cegado por los celos, indican las hipótesis” el sumario abría con lo siguiente: “Esta detenido en la Policía Metropolitana y la PTJ promete resolver el caso en 3 días”.
Esos tres días se convirtieron en un año. La investigación se truncó, los comandos de la PM se erigieron en obstáculo que no dejaba llegar al acusado, la PTJ argumentaba de manera absurda que mientras Ledezma no fuera destituido ellos no podían hacer más nada; aparte estaba el hecho de que los cadáveres no aparecían y “sin cuerpo del delito, no hay crimen”. Durante varios días los detectives excavaron en los cerros cercanos a Mamera y San Pablito sin éxito, se siguió citando gente a declarar y mientras más hablaban más indicios recababan contra Ledezma.
El domingo 3 de febrero de 1980, la directora de relaciones públicas de la Policía Metropolitana aclaró que Ledezma no estaba detenido sino “retenido”, el mismo día el coronel Luis Altuna Poleo, segundo comandante de ese cuerpo declaró que la institución ni lo acusaba ni lo defendía, manifestando que no existían pruebas determinantes en contra del distinguido. El lunes 4 afirmó que Ledezma sería entregado a la justicia cuando se comprobara fehacientemente su culpabilidad en la desaparición de los menores, y que por los momentos no sería presentado a la prensa, pues en su contra se había desatado una campaña sin pruebas.
Así pasaron los meses y en abril, el policía estaba de regreso en su casa, no aparecía nada concreto que lo vinculara con las desapariciones; el primero de mayo día en que Chena cumplía 18 años estaba de vuelta con Ledezma. En una entrevista que concedió al periodista William Becerra en presencia del agente dijo que “no bastaba con decir que su esposo era culpable, debían comprobárselo”. Durante toda la entrevista se mostró bastante nerviosa. Relató cual era su relación con los muchachos y las cosas que hacían juntos, a cada pregunta del reportero miraba a su marido y éste le decía: “contesta… contesta… di lo que tú sabes”. En algún momento expresó que se sentía orgullosa porque a Ledezma le habían concedido en dos ocasiones el premio como mejor policía del mes. Esa luna de miel no duró mucho, pues en julio estaban separados nuevamente y Ledezma vivía con otra mujer, mientras tanto el expediente había pasado al Tribunal XVIII de Instrucción sin indiciados.
caso mamera victimas
Los otros policías involucrados
A mediados de 1980 aparecieron algunos datos claves, la hermana de Douglas Nieves, uno de los desaparecidos afirmó que el 17 de enero ella había visto a Martín cuando iba del liceo a su casa, al querer saludarlo notó que dos tipos lo seguían, intentó avisarle pero no pudo porque los nervios la dominaron e impotente vio como el muchacho era abordado con cierta violencia y subido a un vehículo. Los detectives procedieron a elaborar retratos hablados de aquellos sujetos, que sirvieron para identificar a dos funcionarios de la PM, amigos de Argenis Ledezma: Luis Hernán Márquez y Tairo Aristiguieta. Cuando las fotografías de éstos fueron mostradas a las personas que decían ser testigos del arresto de Douglas y Efraín la noche del 11 de enero, afirmaron que se trataba de los mismos policías que se habían llevado a los muchachos en el jeep blanco.
En una requisa efectuada a la vivienda de estos policías, los detectives de la PTJ encontraron el croquis de un paraje del parque nacional El Ávila, por lo que presumieron que podía tratarse del sitio donde estuvieran enterrados los muchachos, sin embargo las diligencias que hicieron fueron en vano. Meses después se sabría que significaba ese croquis: la trampa para una cuarta víctima mortal, la propia Chena.
El 28 de julio de 1980, el fiscal décimo del Ministerio Público, doctor Pablo González Ponce solicitó una averiguación de nudo hecho contra Ledezma y un grupo de policías por estar presuntamente involucrados en la desaparición; la diligencia fue practicada ante el juez decimoctavo de instrucción, doctor Frank Veccionache. Ese mismo día se supo que dos de los policías investigados habían salido del país con rumbo a los Estados Unidos. Ledezma entretanto seguía afirmando cínicamente que el no le había hecho nada a esos muchachos.
En ese mismo mes, el propio Ledezma pidió ser sometido a la prueba del pentotal sódico o suero de la verdad. En el acto estuvo el fiscal Pablo González con un equipo de especialistas médicos y toda la plana mayor de la Policía Metropolitana; increíblemente luego de una hora de interrogatorio, el policía salió totalmente indemne. En todo momento afirmó que no sabía nada del caso. Mientras tanto la señora Carmen Amada Maizo de Mijares no cejaba en su empeño por conocer la verdad, gracias a ella el caso se mantuvo a la vista de la opinión pública.
De los dos policías señalados como cómplices de Ledezma solo Tairo Aristiguieta fue detenido, a él lo señalaban como el chofer del jeep donde se llevaron a los muchachos.
Al cumplirse un año las cosas seguían en punto muerto, Ledezma continuaba gozando de la protección de sus superiores y la PTJ pese a tener una gran cantidad de indicios no procedía a la detención. La excusa era la misma del año pasado: “sin cuerpo del delito no puede haber crimen” lo que no decían era que para poder tener los cuerpos del delito necesitaban tener manos libres para interrogar al policía y mientras no lo tuvieran exclusivamente a la orden de la PTJ, aquello no sería posible. El cuento del gallo pelón.
Cansada de tanta payasada, la señora Carmen Amada decidió ir a hablar directamente con el dueño del circo, a mediados de febrero se apostó en la puerta del palacio de Miraflores solicitando audiencia privada con el Presidente de la República. No se movería de allí hasta no ser atendida.
¡Y por supuesto que tuvo que ser atendida! El presidente Luis Herrera Campins la recibió en su despacho y durante diez minutos la escuchó con total atención, de inmediato y en su presencia ordenó que lo pusieran en contacto con el director de la Policía Técnica Judicial, cuando lo tuvo en línea le solicitó un resumen completo del caso y los resultados de la investigación. Durante otros diez minutos el presidente estuvo escuchando atentamente, al terminar con el director de la PTJ pidió que le llamaran al comandante de la Policía Metropolitana, a éste sin mayores rodeos le ordenó que de inmediato destituyera al distinguido Ledezma.
Dos días después, a las tres de la mañana del 28 de febrero de 1981  Ledezma confesaba ser el autor del triple homicidio. Luego de firmar la confesión en presencia de una juez superior y dos fiscales, llevó a las comisiones policiales al sitio en el que había asesinado y enterrado a Douglas y Efraín, allí relató lo que había pasado aquella noche del 11 de enero.

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